miércoles, 20 de mayo de 2009

La canción más bonita del mundo


En este preciso instante, justo ahora, que estás mirando la pantalla del ordenador con tu mano derecha sobre el ratón, estoy yo frente a la pantalla tecleando cosas sin sentido y escuchando la canción más bonita del mundo. En este preciso instante, sí, ahora. Y como ocurre en las películas, es un momento que vivo a solas, que no puedo compartir con nadie, y está sonando sí, no se apaga mientras escribo una tras otra las palabras de este mail express que te mando… esta canción, de la que no conozco el título ni tampoco el intérprete, porque creo que he llegado demasiado tarde a encender la radio… es como una vocecita que sin darme cuenta apela a mi subconsciente y me hace reflexionar. En este preciso instante. Y de repente, un cubo de imaginaciones y de ideas bizarras cae sobre mi cabeza y me devuelve al mundo de los cuentos que escribo y que me encantaría recrear –pero ssshhh… esto es un secreto, que quede entre tú y yo- y poco a poco mientras los efectos del incienso de mi cuarto van difuminándose entre mis sienes, de nuevo vuelvo a la realidad. Y me vuelvo a ver tecleando, una vez acabada la canción más bonita del mundo. Y esto que te escribo que parece un triste relato o un suceso onírico, no soy más que yo tecleándote en este preciso instante, justo ahora, sí.
No sé, supongo que es uno de esos días en los que te sientes como un poquito filósofa-triste-desencaminada-ñoña-nostálgica, y aún teniéndolo todo te sientes como si no tuvieses nada, la gran desgracia del ser humano. Mi gran desgracia.
¿No sientes a veces como si la vida fuera una línea recta…? Como si ya todo estuviera inventado, como si tan sólo te dejases llevar mientras te arrastra la corriente de acontecimientos de experiencias que ya vivieron otros pero que ahora reviven para ti… A veces me agobia el pensar que inconscientemente voy siguiendo esa línea recta, ese autobús al que irremediablemente voy subida y me encantaría tirarle una china al chófer y obligarle a parar en medio de la carretera, donde no hubiera ninguna marquesina preparada, para inventarla yo. ¿Qué me dices? ¿Te apuntas a viajar conmigo a la inversa? Imagínatelo. 1,2,3… y ahora despierta. La pantalla del ordenador sigue estando delante de ti.

Vértigo



Apago la tele, desenchufo la radio, desconecto el móvil, bajo las persianas y enciendo una vela. Me tumbo sobre la cama y me quedó mirando esa luz tenue que he creado simplemente para ver cómo poco a poco se consume. Me siento como una mera espectadora de un espectáculo macabro, de vida o muerte. Esa pequeña llama se refugia entre las últimas gotas de cera que la sustentan, hasta que al final, en un pequeño hilo, se desvanece. Ahora la habitación queda a oscuras completamente y sin ser consciente, van pasando los minutos, las horas y los segundos, y yo, sin verlos. Pero ellos pasan y pasan y corren y a veces te pisan, te arrastran, te obligan a que sigas ese ritmo pesado que han inventado para ti. Y me levanto e intento seguirlo pero se me escapa… entonces me entra el vértigo. De no saber, de no entender, de tratar de buscar lo que creo que es lo que quiero pero que no se si de verdad quiero… y al final esos interrogantes fosforescentes se pegan a las cuatro paredes de mi habitación. La única luz que tengo, y que ahora mismo, puedo ver.
Qué pena que el tiempo sea a veces tan cruel, y nos empuje a tomar decisiones, que ni siquiera, nosotros mismos entendemos, porque no hemos tenido tiempo de pensarlas. ¿Es esto lo que llamamos vivir?
Yo lo llamaría más bien, dejarse vivir… simplemente…

Hacerse el muerto sobre el mar salado, con la cabeza mirando hacia la luz del sol cegador, hacia donde la corriente quiera llevarnos…

Declaración




Te invito a un café frío. A enamorarnos en un ascensor. A bailar debajo de todas las escaleras del mundo. A pasear sin reloj. A inventarnos nuestros nombres. A… a callarme con un beso las tonterías que digo cuando me miras.

Sabía...

Yo sabía que ella no iba a leer esto nunca. Pero de todas formas, decidí escribirlo. Sabía también que no habría nunca un otoño ni una primavera, que el invierno sería siempre verano. Sabía que no saldríamos juntas en las mismas fotos y que no coincidiríamos por la calle. Sabía que podía decirle las cosas más bonitas del mundo una y otra vez, porque pronto las olvidaría. Sabía que me iba a costar cientos de versos y de noches de almohadas mojadas. Pero fue. Y ahora la miro sin que ella me vea… mi impulso de acercarla me lleva hasta sus ojos. Su sonrisa. Yo sigo ahí, a su lado. Pero no puede verme, porque no cree… porque ha llovido demasiado y han muerto demasiadas estrellas. Cada mañana se pregunta quién dejó una rosa junto a su cama, de quién son las espinas que la hacen sangrar y por qué no puede ser todo como era antes de que fuese. Tachar días en un calendario no me aclara demasiadas dudas. Tampoco a ella. Su teléfono borrará mi número. Sabía que las escaleras traían mala suerte, sabía que nunca volvería a besar a alguien así. Sabía que ya nunca podría pasar por ese lugar sin buscar con la mirada una marquesina en la que poder esperar. Sabía que siempre se queda algo roto y me tocó recoger los trocitos del suelo. Sabía que ya nada sería igual… no puedo escuchar esa canción sin echarme a llorar…
Sabía que por mucho que el tiempo pasase, yo iba a seguir aquí.

Porque la quise. Y eso, ella lo sabía bien.