viernes, 18 de septiembre de 2009

Auto-stop


No comprendía qué hacía allí. Tirada en aquella solitaria acera, con la bufanda de invierno hasta la nariz, y un bolso de viaje hecho andrajos a mi lado, como mi fiel compañero. Tenía demasiado miedo como para hacer auto-stop y demasiadas ganas de tumbarme eternamente y dedicarme a meditar constelaciones… Y ya sé que te he dicho mil veces que decirte adiós ahora sería lo más peligroso… pero lo que no te he dicho es que yo era de las que se tiraban por las montañas rusas con las manos levantadas. Y pienso que ya no estás, y es la primera vez que me importa que esté lloviendo... Creo que meditar no me sienta nada bien. No quiero pensar. Prefiero que las cosas sigan sin sentido. No entender nada. No saber nada. No planear nada. Y simplemente, ser una rama arrancada, tú el niño travieso que me lanza, y todo esto, el río que me lleva en corriente…

Han parado cuatro coches y yo sigo aquí sentada. Pero ya no me pregunto por qué. Prefiero coger el tren. Se está haciendo tarde, será mejor que me ponga en camino, me gusta más caminar de noche que de día.
Ah, y no te preocupes, que esta vez no me perderé.

Porque sé que coja la dirección que coja, todas las estaciones me llevan a ti.